Mangos y naranjas como seguro de vida
Hace unos cuantos años, Jean Onana y sus vecinos formaron una cooperativa para aunar esfuerzos y sacar el mayor partido posible a sus pequeñas plantaciones de maíz y cacao. En Obala, una aldea a 50 kilómetros (casi dos horas en coche por accidentados caminos de tierra rojiza) de Yaundé, la capital de Camerún, la mayoría se dedica a trabajar estos cultivos. Aquí, como en gran parte de este país de África occidental, la venta de frutas es un mero complemento a la actividad principal. Pero cuando Jean Onana iba al mercado y veía lo que se pagaba por la fruta, se le encendía la mirada. “Los precios del maíz y las naranjas son como la noche y el día”, compara.
La demanda mundial de frutas, y en concreto, la de frutas tropicales, crece vertiginosamente a medida que crece la renta de países como India o Brasil, según la FAO (la agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura). Y sin embargo, en países como Camerún, eminentemente agrícolas y con condiciones ideales para estos cultivos, aún no se producen a niveles que permitan su exportación.
Tras casi 15 minutos abriéndose paso desde la carretera entre todo tipo de vegetación, Jean Onana y sus vecinos llegan a un claro en medio del terreno escarpado y arbolado que rodea su pueblo. Son cerca de dos hectáreas despejadas, llenas de casi 300 proyectos de árbol frutal. “Necesitaremos al menos dos años y medio para ver los resultados, pero los árboles vivirán muchos más”, se felicita Onana machete en mano, pensando en las mandarinas, naranjas o pomelos que obtendrán.
Cuando oyeron que el Gobierno camerúnes y la propia FAO querían lanzar un proyecto piloto de cadena de valor frutícola, los miembros de esta cooperativa (13 hombres y seis mujeres) se desplazaron hasta las oficinas de la organización en el centro de Yaundé para pedir que les admitieran. Como otras once cooperativas y 55 productores individuales, fueron seleccionados y recibieron formación, asistencia técnica y semillas para plantar sus árboles y con el tiempo empezar a llenar los mercados con sus productos. “Se eligió a los más motivados y mejor organizados de entre quienes cumplían los requisitos”, explica Nathalie Malla, responsable nacional del proyecto. La localización de Obala, con gran cantidad de agua subterránea, resulta muy adecuada para plantar naranjos o mangos. Y, por fortuna, no es una excepción en este país.
Si uno pone dirección Yaundé, pasará por Nkométu II. Como en tantos cruces de carreteras-caminos de Camerún, en este acceso a la capital hay un mercado. Puestos de madera, toldos y carretas se amontonan junto a la carretera. En medio del caos, un pequeño edificio de hormigón empieza poco a poco a funcionar como tienda de zumos, mermeladas y fruta desecada. “Esto es todo natural, 100% natural. Como conservante solo usamos limón”, comenta orgullosa Marcelline Tsala, ataviada con una mascarilla y un gorro protector en la parte trasera, donde esta el obrador.
Los miembros de esta otra cooperativa (48 mujeres y 10 hombres) fueron seleccionados para la segunda pata del programa, la de convertir las frutas en productos de mayor valor añadido. Han recibido el edificio, techado y remodelado, en concesión durante cinco años y todos los instrumentos (licuadoras, batidoras, chinos, hornos de secado…) para poner en marcha un negocio de frutas procesadas. Antes se dedicaban a cultivar yuca y patatas, así que también han recibido formación sobre cómo producir confituras, zumos y otros.
Aquí sí tienen problemas de agua, y para garantizar la calidad de las bebidas se ven obligados a comprarla. También se encuentran con problemas de escala por el pequeño tamaño de su negocio a la hora de conseguir envases o etiquetas. “Nos exigen comprar 10.000 botellas cada vez”, se queja Tsala, la presidenta del grupo. “Así que muchas veces tenemos que reciclarlas”. Pero eso a la gente, según asegura, no le importa demasiado. “Cuando vendemos nuestros productos aquí o en otros mercados de Yaundé, son lo primero que se acaba”, presume mientras abre una botella de zumo de sandía y un paquete de mango desecado. Ellas (y ellos) y sus familias también consumen mucha más fruta últimamente.
Por ahora la compran en el mercado adyacente, pero pretenden empezar a producirla ellas mismas. “Queremos obtener el certificado que nos permita empezar a vendernos en tiendas y seguir creciendo”, explica Veronique Awana, otra de las mujeres. De momento su producción es artesanal y, por ello, limitada, pero creen que su localización a la entrada de la capital camerunesa es una gran oportunidad.
Por aquí pasa gran parte del comercio que sale de República Centroafricana, al Este, camino de Duala, el corazón económico de Camerún y su centro de exportaciones, en el Oeste. “En un acto en el que vino el presidente [Paul Biya, en el poder desde 1982], me preguntó por los productos de fruta transformados: estaba muy interesado”, evoca Awana emocionada. La mayor duración de la fruta desecada o convertida en mermeladas o zumos representa un valor añadido, pese a que las frescas alcanzan un mayor valor de exportación según el último informe Perspectivas alimentarias de la FAO.
La historia de estas dos cooperativas se complementa con la de varios viveros de semillas de frutales repartidos por el país. Todas ellas ilustran, según Malla, el potencial de crear cadenas de valor frutícolas en Camerún. “Este era un proyecto piloto y está ya en su fase final. Ahora le toca al Gobierno decidir si quiere expandirlo y hacerlo crecer por el país”, apunta.
En Obala, en un claro de la selva, Jean Onana desbroza con mimo un pequeño árbol de mangos. “Nosotros hacemos lo que sabemos, pero sin ayuda y sin semillas no habríamos podido plantar tantos árboles”. La mayoría del maíz que cultivan se lo acaban comiendo para subsistir, pero cree que la venta de frutas les reportará muchos ingresos extra y les dará menos quebraderos de cabeza. “Los árboles viven mucho tiempo y dan muchos menos problemas. Este bosque frutal será un seguro para mí y mi familia”.
FUENTE: https://elpais.com/elpais/2018/03/12/planeta_futuro/1520846358_240543.html