¿Hasta dónde llega la inteligencia de las abejas? Una nueva investigación revela nuevas capacidades sensoriales que plantean el debate sobre la consciencia en animales con cerebros tan diminutos
“Nuestro hallazgo es importante para hacer frente a la visión aún generalizada de que las abejas y otros insectos son simples máquinas ingeniosamente diseñadas para responder ante ciertos estímulos”, asegura Lars Chittka, especialista en el comportamiento de estos insectos. Sus capacidades van más allá de sentirse atraídas al ver unas flores azules o volverse agresivas frente a un oso que asoma por su colmena. Y los experimentos que acaba de hacer públicos demuestran que sus diminutos cerebros “contienen circuitos neuronales altamente complejos”, según Chittka, catedrático de la Universidad Queen Mary de Londres. El cerebro de la abeja tiene un millón de neuronas frente a los más de ochenta mil millones del de los humanos, pero cada nueva investigación sobre sus capacidades cognitivas obliga a repreguntarse cuál es el límite de la inteligencia en la familia de las abejas.
En este estudio, pusieron a más de cuarenta abejorros ante un reto que solo han superado algunos de los animales más inteligentes del planeta, como simios y delfines. Adiestraron a un grupo de abejorros para que diferenciaran a oscuras unas pequeñas formas: unas esferas y unos cubos, que contienen en su interior un premio dulce y un disgusto amargo, respectivamente, al que acceden por un agujero en su parte superior. Luego, los dejaban buscar ese mismo premio dulce en una habitación iluminada, pero esta vez no podían tocar ni posarse libremente sobre estas formas esféricas y cúbicas; solo podían verlas a través de un cristal. Y acertaban a la hora de dar con su objetivo. Es decir, que en su cerebro cruzaron la información sobre las hechuras redondeadas del objeto que notaron en sus patas y la unieron a la información visual sobre su aspecto de bola. Y eligieron con acierto. Los abejorros realizaron con éxito el mismo experimento, pero al revés: primero ver sin tocar y después tocar a oscuras. Un logro cognitivo hasta ahora impensable para insectos.
“Se pensaba que sus cerebros eran demasiado pequeños para tener la capacidad de imaginar cosas, en otras palabras, que no podrían invocar las características de un objeto de la manera en que nuestro estudio demuestra que sí”, resume Chittka, que publica sus resultados en el último número de la revista Science. Este pequeño descubrimiento con abejorros y bolitas podría tener trascendencia monumental a escala evolutiva: “Nuestro trabajo muestra que fenómenos similares a la consciencia podrían ser posibles con cerebros relativamente pequeños y, por lo tanto, podrían no haber surgido tarde en la evolución, pero podrían haber existido en los antepasados de los insectos de hoy desde el Cámbrico, hace 500 millones de años”, asegura este experto en la evolución de la cognición de estos insectos.
Según explica también en Science la zoóloga Theresa Burt de Perera, de la Universidad de Oxford, que las abejas puedan lograr el reconocimiento de objetos combinando dos sentidos “podría tener implicaciones sobre cómo pensamos sobre la cognición en general”. “En humanos, los científicos suponen que esta capacidad implica imágenes mentales basadas en representaciones internas en centros cerebrales superiores”, explica la investigadora. Y añade: “Cualquiera que sea el mecanismo subyacente, la capacidad recién descubierta de los abejorros para realizar el reconocimiento intermodal muestra que, como los humanos, poseen un sistema de integración sensorial que les permite formar una representación compleja de su mundo”.
Chittka explica que hace tiempo que se sabía que las abejas pueden reconocer imágenes —incluso las complejas como los rostros humanos— y que pueden sentir y reconocer estructuras. “Sin embargo, esto no significaba que tengan pequeñas imágenes virtuales de tales objetos flotando en su cabeza, que realmente puedan imaginar objetos”, afirma. Mientras se descubre el mecanismo cerebral que les permite esa sofisticación mental, este descubrimiento es una nueva medalla que añadir al palmarés intelectual de la familia de las abejas. Karl von Frisch recibió en 1973 el premio Nobel de Fisiología por sus hallazgos sobre la danza de la abeja, esas vibraciones y movimientos complejos que usan para comunicarse entre ellas, un lenguaje simbólico que permite señalar ubicaciones precisas.
Desde entonces, se han conocido aspectos fascinantes de este lenguaje y otras cualidades. Por ejemplo, que incluso continúan hablando entre ellas durante la noche sobre los lugares visitados horas antes, lo que supone una gran abstracción conceptual: comunicar sobre algo lejano en el tiempo y el espacio. Más recientemente se ha sabido que las abejas reciben estos mensajes tanto visualmente como escuchando la vibración, lo que permite que se comuniquen en la oscuridad de la noche o en la colmena. De nuevo, estaríamos asistiendo a una nueva combinación de dos sentidos que se pueden alternar en la misma función. Por esa misma razón los abejorros serían capaces de pasar la prueba de las bolitas en la oscuridad, porque son animales que trabajan a cualquier hora y necesitan valerse también cuando no cuentan con luz. “Las abejas parecen tener al menos algunas de las principales características de la consciencia: representación del tiempo y el espacio”, escribía recientemente Chittka junto a la filósofa Catherine Wilson.
En un experimento publicado por Chittka en Science en 2017 se enseñó a unos abejorros a trasladar una bolita negra hasta un punto determinado para obtener una dulce recompensa. Los abejorros que observaban la escena no solo aprendieron el truco para ganarse el premio: aprendieron de las debilidades que detectaron en sus compañeros. Acercaban bolitas que estaban más cerca del objetivo, en lugar de las lejanas que usaban los entrenados, y lo hacían sin problemas incluso si eran amarillas y no negras, mostrando una extraordinaria flexibilidad mental. En 2016, Chittka y su equipo observaron cómo los abejorros eran capaces de usar una cuerda, tirando de ella, para acceder a una flor escondida tras un cristal. En 2018, las abejas demostraron su capacidad para contar y entender el concepto de cero.
¿Son inteligentes estos animalitos? ¿Puede un cerebro tan pequeño albergar ese nivel de consciencia? La familia de las abejas muestra lenguaje simbólico, percepción visual avanzada, pensamiento abstracto, toma de decisiones y planificación… Como argumentan Chittka y Wilson, “si la conciencia es una invención evolutiva, similar a las alas o los pulmones, que es útil para nosotros, lo más probable es que sea útil para otros organismos”.
Quizá el problema sea el que plantea el etólogo Frans de Waal en su reciente libro ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales? (Tusquets), en el que plantea las dificultades que tenemos los humanos para reconocer inteligencias que no se corresponden con las nuestras: nos parece espectacular que un animal pueda usar herramientas, pero nos cuesta apreciar la brillantez del sistema de vuelo de los murciélagos. Un ejemplo muy claro de esto es la llamada prueba del espejo: un animal es autoconsciente si es capaz de reconocerse en el espejo y, al observar en su reflejo una mancha en su cuerpo, trata de limpiarla. Durante años se ha pensado que solo tienen ese nivel de inteligencia animales como elefantes y delfines, que se ven en el espejo. El problema es que los humanos somos muy visuales y otros animales, como los perros, es probable que tengan esa idea del yo más ligada a otros factores, como el olor, y no sirva con ellos un reflejo.
“La cognición es la transformación mental de la información sensorial en conocimiento del entorno, y la aplicación flexible del mismo”, explica De Waal en su libro. Y sigue: “Mientras que la cognición se centra en el proceso de adquirir dicho conocimiento, la inteligencia se refiere más a la capacidad de aplicarlo con éxito”. Y en eso, pocos lo hacen mejor que las abejas. Como dijo Von Frisch: “La vida de las abejas es como un pozo mágico: cuanto más se saca de él, más hay por sacar”.
FUENTE TEXTO Y FOTOS: https://elpais.com/elpais/2020/02/20/ciencia/1582157640_907150.html