GRANJEROS 2.0: LA NUEVA GENERACIÓN DEL CAMPO

A Blanca Entrecanales hay pocas cosas que le hagan perder la calma. Habla con un tono pausado, sin morderse la lengua y reconoce tirar mucho de intuición a la hora de tomar decisiones. Sí, esta mujer de planta imponente, que aparenta 10 años menos de los que tiene, pertenece “a una de las familias de la alta sociedad española, no nos vamos a engañar”. Y es granjera. Aquí su Milagro.

Así bautizó su dehesa tras librarse por los pelos de la muerte: “Al poco de comprarla, yendo hacia allí, tuvimos un accidente terrible de coche en un paso a nivel sin barrera. Nos embistió un tren, salimos por los aires, fue horrible”, pero la suerte quiso que todo se quedara en una rotura de clavícula y algunas contusiones. Poco después, Blanca se separó de su pareja tras 16 años y decidió convertir sus tierras en una explotación agrícola. Era 2011 y Blanca no tenía ni idea de dónde se metía.

Es martes, y en Alcañizo (Toledo), pueblo cercano a la finca, no hay un vecino al que preguntar cómo llegar a nuestro destino. Tras alguna vuelta, el GPS nos guía por un camino estrecho. Nos separan apenas dos horas de Madrid, sin embargo, el aire aquí sopla de otra manera. “La gente se cree que se acaba la vida en la ciudad… Y el futuro está aquí”.

Cuando se lanzó a trabajar la tierra, Blanca estaba muy verde en la materia. “He ido aprendiendo sobre la marcha”. Sí sabía la palabra que iba a marcar su proyecto: sostenibilidad. Vacas, ovejas, gallinas, huerta… La actividad ha ido creciendo al tiempo que han ido conociendo mejor el entorno. “Desde el principio me han asesorado expertos en cada área”, explica de paseo por la dehesa. Viste un pantalón vaquero desgastado y un chaquetón marrón. Botas cómodas y ni gota de maquillaje. Habla de la agricultura regenerativa con soltura, “promovida por el australiano Darren Doherty”, como eje de su proyecto. “En resumen, cuidamos el suelo. Aquí todo rota, los animales se van trasladando de parcelas según van comiendo, lo que permite que el suelo se regenere. Con un suelo rico produces más y gastas menos”, añade el arquitecto Arturo Grinda, mano derecha de Blanca en esta aventura vital. “Siempre hemos buscado que la belleza sea también parte del trabajo en el campo”.

La aventura empresarial de una de las dueñas de Acciona empezó yendo con una furgoneta a Mercamadrid a vender su género. “Servíamos a restaurantes, pero los números no nos daban”. Luego llegaron los encargos por correo electrónico y después la web, que el año pasado modernizaron, para quitarse intermediarios en el proceso. “En la huerta hay un poco de todo”: acelgas, espinacas, brócoli, lechuga, calabaza, apio, puerros, patatas… “Tenemos cajas pequeñas (22,75 euros) o grandes (62 euros) y también se pueden hacer al gusto”. Siempre con hortalizas de temporada que se acompañan de huevos ecológicos, aceite, harina, cookies, pan… De la bollería se encarga Celeste, la guardesa de la finca, quien a su vez ha aprendido de Emma, vecina de Candelera. Kathy, holandesa que también vive en la zona, le ha enseñado a hacer el pan y las mermeladas que también comercializan. “Es una forma de involucrar a la gente”, asegura Blanca en la despensa donde preparan las cestas que distribuyen por toda España cada semana. “Están saliendo unas 130 por semana en tres repartos”. Y también se puede encargar carne… ecológica, claro.

Hemos hecho una ganadería de la nada… Nuestras vacas de raza avileña ” se crían en libertad alimentándose de forma natural de los pastos, forrajes y piensos que elaboramos en la finca”, aclara Arturo mientras contemplamos a algunas de ellas. Sus ovejas también son de raza autóctona; “la talaverana da un cordero excelente”. En la web anuncian las ventas puntuales para fechas concretas dentro del periodo siguiente a las parideras de primavera e invierno. La parte avícola de la granja mantiene la misma filosofía. “Los gallineros también son móviles. Y como los pollos, su alimentación se basa en pienso ecológico que completan con lo que picotean, dando lugar a unos huevos ricos en nutrientes y antioxidantes”. Por supuesto, se mueven a sus anchas por el campo.

“Hay quien cree que el campo es aburrido y no es así”, reflexiona en alto Blanca, quien cree que “desde la ciudad se menosprecia muchas veces el campo, se ve como algo abstracto. Y aquí hay gente valiosísima”.

Acaricia a los burros y a los corderos con el mismo cuidado con el que coloca las verduras en las cestas de los pedidos. Le gusta estar en los detalles; si hay que ir a comprar mantas a Talavera para los caballos, ella va. Ahora están ultimando la apertura de un espacio en Madrid, aunque a sus 54 años, Blanca sigue buscando retos: “Me gustaría hacer un curso de fotografía… Quiero seguir aprendiendo”.

UNA VIDA CON SABOR A QUESO

A 197 kilómetros de la finca de Toledo, en Ramiro (Valladolid), se encuentra la Granja Cantagrullas, el proyecto vital de Rubén Valbuena, geógrafo que hace cinco años dio un giro radical a su vida, se fue a vivir a un minúsculo pueblo con su mujer y sus cuatro hijos y empezó a hacer queso. Sus inicios fueron algo más inciertos que los de Blanca.

Visitó 17 entidades bancarias, más dos de banca ética… y todos le dieron con la puerta en las narices a la hora de apoyar su proyecto. “Finalmente un banco convencional apostó por nosotros”. Arrancaron con 30.000 euros; ahora facturan dos millones al año. El camino ha ido acompañado de muchos desvelos. “Cuando surgen apuros, te preguntas quién te manda meterte en este jaleo cuando antes tenías una vida acomodada”. Pero al analizarlo con perspectiva de nuevo, la decisión tomada vuelve a merecer la pena. “Para mi mujer y para mí, la vida familiar siempre ha sido prioritaria frente a la profesional”.

La familia vivía en Francia cuando Rubén y su mujer, Asela, pensaron en el futuro que querían para sus chavales. Y lo veían más en el campo que en una gran ciudad. “Mi hermana y su marido tenían un rebaño… Yo empecé a meter la cabeza en queserías francesas, donde me enseñaron muchas cosas”. A finales de 2011 pusieron en marcha su negocio.

El reto era enorme también por el tipo de queso que hacen: “Fuimos la primera quesería que logró un registro sanitario para elaborar quesos frescos con leche cruda de oveja”. Eligieron esta leche porque querían hacer algo propio de esta tierra y todo el proceso es artesanal. Tienen más de una decena de quesos, cada uno con su personalidad…

Al año de actividad, pasó por Cantagrullas un soplo de aire fresco. Chefs de gran nivel como Diego Guerrero, Pepe Solla, Martin Berasategui o Paco Roncero, por citar algunos, probaron sus quesos y aquello tomó otra dimensión: “Aquí empezamos a despegar. El apoyo de la alta cocina a nuestro producto fue muy importante”. Ramiro, un humilde pueblo castellano, empezaba a brillar en el mapa.

El segundo y quizá definitivo paso para la granja fue abrir su tienda en Madrid, Cultivo -en la calle de Conde Duque, 15-. «Aquí Cantagrullas encuentra su hueco. Lo hicimos en 2014 y fue el pistoletazo de salida de lo que somos hoy», explica Rubén, que ya exporta a distintos países de Europa, EEUU y Corea del Sur. Eventos, charlas, sinergias con otros productos, encuentros… «Tratamos de dar a conocer los quesos de calidad».

Cada dos meses, Rubén realiza un ‘stage’ en alguna quesería de Francia, Bélgica, Holanda o Reino Unido. “Paso allí tres o cuatro días aprendiendo. No hay competencia entre nosotros, el interés por aprender es máximo. Después, ese quesero viene a nuestra granja a vivir el mismo proceso”. A sus delicias les han llovido las buenas críticas en este tiempo. Le “conmueve” que la gente vea su iniciativa como “inspiradora”, porque “motivar siempre es positivo”.

Le gusta el trato directo con la gente y en mejorarlo se empeña a fondo. “Recuerdo a una mujer de Murcia que vino a la granja sólo para conocernos porque había leído nuestra historia. Estuvieron una tarde con nosotros, durmieron en un camping cercano y al día siguiente regresaron a su casa”. También sonríe cuando habla de un cliente antiguo que dijo una de las frases que más le han llegado: “Me recuerdan a mi abuela… Cuando oyes esto piensas que estás en el buen camino. Defendemos las fórmulas tradicionales de hacer las cosas”.

Sus chavales hoy tienen 11, 9, 7 y 5 años. Van al cole en Arévalo y «están disfrutando el campo de verdad». No hay televisión en casa, tampoco tienen la opción de acudir a actividades extraescolares ni de socializar habitualmente con otros niños. “Se pierden otras cosas”, dice Rubén. “Vivir en el campo no es fácil (…) pero si pones pros y contras en la balanza a nosotros nos compensa”.

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