El turismo y la agricultura se preparan ante el cambio climático

No hay vuelta atrás. El progresivo aumento de las temperaturas no tiene freno y 2017 confirmó que los termómetros han escalado en Cataluña 1,5 grados centígrados por encima de la media climática. Además, no llueve lo que debería. Hay sectores y actividades que sufren especialmente las consecuencias del calentamiento atmosférico y buscan soluciones para no perecer víctimas del cambio climático. Es el caso de la industria turística, en especial la relacionada con el esquí, y de la agricultura, sobre todo el sector del vino. Algunas bodegas se plantean ya desplazar los viñedos más al norte para no perder calidad.

Scott Pruitt es un hombre tan tibio con las cuestiones medioambientales que logró ser el escogido por Donald Trump para dirigir la Agencia de Protección del Medio Ambiente. Las consecuencias que tiene el cambio climático son tan patentes que incluso un descreído como Pruitt ha señalado esta semana que es “indudable” que el clima padece alteraciones. La temperatura de la superficie terrestre y oceánica de la Tierra en 2017 se situó casi un grado centígrado por encima del promedio del siglo XX. En España, 2017 fue el año más cálido desde 1965, cuando comenzaron los registros de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). También fue el segundo más seco. En Cataluña, la temperatura media anual superó en medio grado la del periodo de referencia 1961-90. El Servicio de Meteorología de Cataluña destaca que la anomalía fue más marcada en algunas zonas del Prepirineo y en puntos del litoral, sobre todo de la provincia de Barcelona. Allí, la temperatura media anual ha llegado a superar en 1,5 grados centígrados la media climática.

La imparable escalada de los termómetros tiene consecuencias en todos los ámbitos, pero algunos sectores las sufren más. Miguel A. Torres, presidente de Bodegas Torres, avisa de que la viticultura tiene un serio problema a la vuelta de la esquina. “El aumento de temperaturas provoca que la vendimia se avance, lo que a su vez conlleva un desajuste entre la maduración de la uva, que marca el grado de alcohol del vino, y la maduración fenólica, es decir, la de aquellos componentes que nos van a aportar la mayor parte de aromas de un vino”. El desbarajuste, añade, conlleva consecuencias para la calidad de los vinos. Lidiar con el progresivo caldeo de la tierra no plantea una solución sencilla: “Habrá que plantearse desplazar los viñedos más hacia el norte o a mayor altura para buscar temperaturas más frías”, dice el bodeguero.

Ya en 1997, Torres adquirió 200 hectáreas en el Pallars para plantar viñedos a 950 metros sobre el nivel del mar. También tiene una finca experimental en altura en Benabarre (Huesca). Miguel A. Torres abre la puerta a sustituir variedades de uva por otras que aguanten mejor el calor: “En algunas zonas, podríamos plantar monastrell en lugar de tempranillo, y tempranillo en lugar de pinot noir”. Esta estrategia terminaría por redibujar las características de las denominaciones de origen, ya que algunas zonas de producción perderían la uva que ahora les da popularidad y prestigio. “No se dejarán de hacer vinos, pero ya no serán los vinos a los que los consumidores están acostumbrados”, concluye.

Francesc Xavier Mas es el alcalde Sant Llorenç de Morunys (Solsonès), que se halla al pie de la estación de esquí de Port del Comte. En la cabalgata de Reyes, Mas entonó un discurso en el que pidió a sus majestades reales que trajeran “nieve”. Port del Comte es la estación que se halla más al sur de todas las que operan en Cataluña —antes lo era Rasos de Peguera, pero cerró—, y su cota más baja apenas supera los 1.700 metros de altitud.

Albert Estella es el director de la estación. Estos días celebra una nevada que ha dejado más de medio metro de nieve fresca, pero recuerda que hace dos campañas vivió “la peor temporada” en los más de 40 años de historia que tiene la estación. Por escasez de nieve, Port del Comte no pudo abrir hasta el 23 de enero y, cuatro semanas más tarde, apenas seguían en funcionamiento el 50% de las instalaciones.

Estella indica que en el Forat de la Bòfia, un histórico glaciar de la zona, desde hace cinco años no hay ni rastro de hielo. Y pone de relieve que, sin máquinas de nieve artificial, “costaría mantener la estación abierta”. Los cañones posibilitan tener en las pistas una óptima base de nieve, más duradera que los copos naturales, pero también exigen que el tiempo acompañe: cuanto más frío hace —siempre por debajo de cero—, y menos humedad hay, más calidad tiene la nieve producida y más eficaz es el sistema.

 

FUENTE: https://elpais.com/ccaa/2018/01/13/catalunya/1515867930_369780.html

 

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